Según los que la conocen, la tía del mercado de Magdalena siempre para innovando, a la vanguardia con todo lo referente a la coctelería mundial. Siempre me habían hablado de ella, pero más que de ella, de sus brebajes, de sus tragos. No soy muy exquisito cuando de tomar se trata, así que no tomo mucho tiempo el convencerme a probar su famoso vino fino de 3.50, ante el cual ni siquiera intenté poner resistencia a pesar de ver ese color sangre en el vaso a la hora de servirmelo, justo antes de tomar el primero de tantos vasos, cuya cuenta perdí al igual que los recuerdos de lo que pude haber hecho esa noche después de probarlo. Hasta donde puedo hacer memoria, el vino estuvo bueno, tanto así que me embriagué sin darme cuenta por la dulzura y textura con la cual contaba. Pasadas ya un par de semanas y, con temor a repetir la hazaña, he ido a preguntar más de una vez a la tía de qué está hecho su vinito, cómo lo hace, pero nunca obtengo respuesta alguna. Supongo debe tener algún secreto, un ingrediente extra, algo en la mezcla que lo hace tan especial. Por ahora, solo me queda pagar 3.50 cada vez que quiera borrar cassette o intentar descubrir el elemento que seguramente para cuando haya descubierto, poco me quede de lucidez como para recordarlo al día siguiente.
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